En la versión contada por Ovidio, la ninfa Eco se enamora de un vanidoso joven llamado Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespia. Preocupada por el bienestar de su hijo, Liríope decidió consultar al vidente Tiresías sobre el futuro de su hijo. Tiresías le dijo a la ninfa que Narciso viviría hasta una edad avanzada mientras nunca se conociera a sí mismo.

Eco y Narciso, pintura de Placido Costanzi.
En algunas versiones, sin duda influenciadas por la versión helénica, se dice que otra muchacha que también había sido rechazada por Narciso rezó a la diosa Némesis para que lo castigara por su vanidad. En otras versiones se dice que Narciso es atormentado en el Inframundo contemplando un reflejo que no corresponde a su amor.
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Sus últimas palabras al contemplarse una vez más en las aguas fueron éstas: «¡Ay, muchacho amado en vano!», y otras tantas respondió el paraje; y al decir adiós, «¡adiós!» dijo también Eco.
Extenuado, dejó caer su cabeza sobre la verde hierba; la muerte cerró aquellos ojos que admiraban la belleza de su dueño. Aun entonces, tras ser recibido en la mansión infernal, seguía contemplándose en la Estige. Le lloraron sus hermanas las Náyades y ofrendaron a su hermano sus cabellos cortados; le lloraron las Dríades; a sus llantos responde Eco.
Y ya preparaban la pira, el blandir de antorchas y las andas; pero el cuerpo no aparecía; en vez de su cuerpo encuentran una flor amarilla con pétalos blancos alrededor de su cáliz.
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