Más hace el lobo callando que el perro ladrando...

martes, 18 de diciembre de 2012

En la mitología griega, Narciso (en griego Νάρκισσος) y la ninfa Eco


En la versión contada por Ovidio, la ninfa Eco se enamora de un vanidoso joven llamado Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespia. Preocupada por el bienestar de su hijo, Liríope decidió consultar al vidente Tiresías sobre el futuro de su hijo. Tiresías le dijo a la ninfa que Narciso viviría hasta una edad avanzada mientras nunca se conociera a sí mismo.
Un día, mientras Narciso estaba cazando ciervos, la ninfa Eco siguió sigilosamente al hermoso joven a través de los bosques, ansiando dirigirse a él pero siendo incapaz de hablar primero, ya que la diosa Hera la había maldecido a sólo poder repetir lo que otros decían. Cuando finalmente Narciso escuchó sus pasos detrás de él pregunta: "¿Quién está ahí?" y Eco respondió: "¿Quién está ahí?", y continuaron hablando así, pues Eco sólo podía repetir lo que otros decían, hasta que Eco se mostró e intentó abrazar a su amado. Sin embargo, Narciso rechazó a la ninfa y le dijo vanidosamente que le dejara en paz, y se marchó dejándola sola. Eco quedó desconsolada y pasó el resto de su vida en soledad, consumiéndose por el amor que nunca conocería, hasta que sólo quedó su voz.
Por lo que se refiere a Narciso un día sintió sed y se acercó a beber a un arroyo, quedando fascinado por la belleza de su reflejo, por lo que no se atrevió a beber por miedo a dañarlo e incapaz de dejar de mirarlo. Finalmente murió contemplando su reflejo y la flor que lleva su nombre creció en el lugar de su muerte.
Eco y Narciso, pintura de Placido Costanzi.
En algunas versiones, sin duda influenciadas por la versión helénica, se dice que otra muchacha que también había sido rechazada por Narciso rezó a la diosa Némesis para que lo castigara por su vanidad. En otras versiones se dice que Narciso es atormentado en el Inframundo contemplando un reflejo que no corresponde a su amor.
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Sus últimas palabras al contemplarse una vez más en las aguas fueron éstas: «¡Ay, muchacho amado en vano!», y otras tantas respondió el paraje; y al decir adiós,  «¡adiós!» dijo también Eco.

Extenuado, dejó caer su cabeza sobre la verde hierba; la muerte cerró aquellos ojos que admiraban la belleza de su dueño. Aun entonces, tras ser recibido en la mansión infernal, seguía contemplándose en la Estige. Le lloraron sus hermanas las Náyades y ofrendaron a su hermano sus cabellos cortados; le lloraron las Dríades; a sus llantos responde Eco.

Y ya preparaban la pira, el blandir de antorchas y las andas; pero el cuerpo no aparecía; en vez de su cuerpo encuentran una flor amarilla con pétalos blancos alrededor de su cáliz.

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